martes, 18 de marzo de 2025

El "fallo" de la autenticidad

 Corre el año "X" , en un futuro (quizás no tan) lejano.

Está siendo un mes "curioso", donde compartiendo mi cambio de rumbo laboral con mis allegados, debido a la precariedad laboral y el abandono institucional hacia la intervención social, me doy cuenta que no vivimos en un país preparado para los cambios, ni siquiera individuales.


Hemos construido tal zona de confort, que parece que una persona formada o que se dedique durante años a un ámbito específico y está especializado en él; sí decide cambiar de rumbo vas a ser un bicho raro, un error o una falla en el sistema. 


La promesa de la meritocracia se ha convertido en un espejismo cruel. Nos venden la idea de que, con suficiente formación y un currículum repleto de títulos, seremos invencibles en un mercado laboral que vende una panacea irreal.


En el "escaparate" de LinkedIn, podemos vernos con un cartel colgado en el pecho de “open to work", con personas más que válidas para el mundo laboral. Y me preguntó...¿Donde quedan aquí los méritos, el esfuerzo, la lucha y los sacrificios? Quedan muchas veces sobre el papel mojado de un currículum que parece la carta a los reyes magos entre tanto texto y título.


La cruda realidad es que el sistema, saturado de procesos de selección kafkianos y estándares inhumanos, descarta a quienes no se amoldan a un molde preestablecido. Donde no interesa tener espíritus críticos sino personas que bailen el agua.


En este mundo tan (poco) idílico, cada 40 segundos, según la Organización Mundial de la Salud, una persona se quita la vida. Un trágico recordatorio de la presión desmedida a la que estamos todos/as sometidos. Mientras que paralelamente, el sueño de comprar una casa o formar una familia se desvanece: en España, menos del 30% de los jóvenes entre 25 y 34 años son propietarios, y las tasas de natalidad caen en picado (todo datos del INE, 2024). A esto, como guinda de un pastel de media noche, se suma la marginación de los mayores de 54, considerados “no útiles” para un sistema que ya no sabe si busca experiencia, currículum, juventud o eficiencia digital. Cuando en realidad no sabe ni lo que busca.


La formación se ha convertido en una acumulación de certificados sin sustancia práctica; te enseñan teoría a montones, mientras la experiencia real y la capacidad de compartir conocimientos se quedan en un segundo plano. A pesar de que, en una era donde la inteligencia artificial y la robotización avanzan a pasos agigantados, lo único que realmente nos diferencia es nuestra capacidad para conectar y colaborar.


Imagina un escenario "distópico" en el que la obsesión por la perfección te deja con cólicos del estrés, con una población enferma de trabajar, y atrapados/as en espacios de coworking y coliving, que en la práctica significa que no tenemos dinero ni para espacios propios, y nos toca "pagar a pachas", mientras se te exige ser la mejor versión de ti mismo para encajar. 


La presión es tan intensa que, en lugar de crear, de imaginar y expandirnos intelectualmente por todas las posibilidades y oportunidades que tenemos, a diferencia de las anteriores generaciones; solo se genera ansiedad, depresión y malestar. La sociedad nos empuja a perseguir metas irreales, a cumplir con un sistema que se ríe de nuestra humanidad, mientras se ignoran las necesidades básicas: descansar, compartir y ser auténtico/a.


La verdadera revolución, entonces, no reside en acumular títulos o en cumplir listas interminables de objetivos (quizás auto)impuestos, sino en replantear lo que significa tener éxito. Debemos transformar la fricción en colaboración y reconocer que la verdadera fortaleza radica en la diversidad de talentos y en la capacidad de adaptarse, de actualizarse y renovarse sin perder la esencia. Es hora de dejar de ver a las personas como piezas de una máquina ya obsoleta y empezar a valorarlas por su humanidad.


Este año es 2025, quizás el año en el que dejemos de perseguir fantasmas y empecemos a (auto)construir un sistema que celebre la autenticidad, en el que el éxito se mida por la calidad de nuestras relaciones y no por estándares inalcanzables. Y donde aplaudamos cambiar de rumbo y romper patrones preestablecidos. Porque, en última instancia, lo único anormal es ver al resto como algo menos que extraordinario.


Rompamos las distopías para lograr utopías.


 “La verdadera generosidad hacia el futuro consiste en darlo todo ahora.”  

Albert Camus.


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