¡Llegó la Navidad! Y con ella, los atracones, los turrones, las cabezas de gambas sobre el plato y las carteras vaciadas. Pero...el corazón hinchado (algunos/as de golpes)
Ay....Esa época mágica en la que las luces de colores tapan las sombras que arrastramos todo el año.
Nos embriagamos de villancicos, envolvemos regalos como si fueran tesoros y, entre tanto brilli-brilli, a veces olvidamos lo esencial: las personas.
Es curioso, porque mientras decoramos el árbol y colocamos la estrella en la punta, olvidamos que la estrella real de nuestras vidas no está hecha de bombillitas ni del espumillón chirriante de colorines barato. Está hecha de las risas compartidas y los abrazos que damos sin prisa, esos que escasean tanto durante los otros 364 días del año.
¿No te has dado cuenta de esto? La Navidad no es un día, ni una cena, ni el momento perfecto para preguntarle a tu cuñado si ya terminó de pagar su coche, si cuestionar si tu prima ha decido tener hijos a sus 40 (o no tenerlos), o si va mejor La empresa de tu tío que sabes que va a (por desgracia). La deriva.
La Navidad debería ser un estado mental continuo, una excusa para ser mejores, no para disimular lo ausentes que hemos estado el resto del año. Pero aquí estamos, engullendo turrón y organizando cenas "por compromiso", como si una noche rodeados de familia pudiera compensar las llamadas que no hicimos o los cafés que cancelamos.
Y no, no me malinterpretes. No tengo nada en contra de la Navidad en sí. Al revés, estoy aprendiendo con los años a amarla. A amar algo que además ha sido relegado a aquellos/as que tienen hijos, por a veces celebrar la Navidad solo en casa o autoregalarte cosas, no es suficiente.
Lo que me hierve la sangre es lo que hemos permitido que sea. El consumismo nos ha adoctrinado como a soldados disciplinados: compra, gasta, regala, y si no llegas, endeútate, pero asegúrate de que haya un árbol lleno de cajas bonitas aunque por dentro estén vacías, igual que muchas relaciones en estas fechas. Porque , comprar cosas a plazos, con intereses, es endeudarse 🙃
Y me cuestiono...¿De qué sirve que te reúnas con tu familia si solo vais a estar mirando el móvil mientras "compartís" tiempo? ¿De qué sirve un regalo si no eres capaz de regalar algo mucho más valioso: tu presencia? Y lo peor es que no nos damos cuenta de esto hasta que ya es demasiado tarde. Hasta que faltan en la mesa quienes deberían estar y, de pronto, no hay nada que envuelva el vacío de su ausencia. Entonces entendemos que lo que echamos de menos no son los regalos ni los brindis, sino las charlas a deshora, las miradas cómplices, el sentir que somos parte de algo más grande (que ya éramos).
La conexión humana es una necesidad básica, tan importante como comer, dormir y otras cosas que no diré. Lo que realmente nos llena de satisfacción no es el éxito ni el dinero, sino las relaciones significativas. Y, sin embargo, vivimos como si esas relaciones pudieran ponerse en pausa hasta el 24 de diciembre.
Lo irónico es que todos sabemos cómo termina esta historia. Sabemos que lo único que nos llevaremos de esta vida no son los juguetes caros, los relojes de marca, ni el último iPhone 19 Pro Plus HotFire. Son las vivencias, las personas, las emociones. Pero seguimos hipotecando lo esencial por lo superficial, como si el tiempo fuera un crédito ilimitado.
Mira a tu alrededor durante estas fechas...Observa las sonrisas forzadas, las preguntas hechas por compromiso, los silencios que se llenan con música para no enfrentarnos a nuestras propias ausencias. La Navidad no debería ser un espejismo de lo que podría ser la vida, sino una extensión de lo que debería ser todos los días. Pero ea! (Como se dice en mi tierra). Aquí estamos, regalando tiempo en frascos pequeños y envolviendo gestos que deberían ser libres de etiquetas.
Así que aquí va mi propuesta: celebremos la "Navidad" todos los días. Dejemos de esperar al calendario para llamar a ese amigo al que siempre decimos que echamos de menos. Dejemos de posponer el abrazo, la disculpa, la palabra bonita. Porque, aunque suene a cliché, el momento perfecto no existe. El momento perfecto es el que decides crear. ¡Feliz no cumpleaños!
Y si te vas a sentar en una mesa esta Navidad, hazlo con todo tu ser, con tu anima de la mano. Deja el móvil, mira a los ojos, escucha de verdad, activamente. Porque el regalo lo tienes delante, en quienes te rodean, en quienes eliges querer y cuidar cada día, no solo porque lo dicte el calendario, sino porque lo dicta tu corazón.
Pregúntate cuándo fue la última vez que hiciste algo por alguien sin esperar nada a cambio. ¿Fue este año? ¿Fue esta semana? Porque, al final, no son las palabras las que cuentan, sino las acciones. ¿Y si este año decides que tu regalo sea ser presente, no regalar presencia en diferido?
Así que este año, mi único deseo es que no esperemos a diciembre para vivir de verdad. Porque cuando llegue el día en que miremos atrás, que no tengamos que lamentarnos por todo lo que dejamos de decir, de hacer y de sentir. Celebra hoy, celebra mañana, celebra siempre. Esa es la verdadera magia.
Y si la magia no llega sola, invítala. Porque al final, la Navidad no es más que un recordatorio: la vida se vive mejor cuando se comparte.
Pd. Entre tanta resaca, mientras celebramos, no olvidemos a quienes están solos en estas fechas. Personas que no tienen con quién brindar, con quién compartir risas o una simple conversación. Quizás este sea el momento de mirar más allá de nuestras mesas llenas, de echarles una foto para fardar de lo bien que nos va, y pensar cómo podríamos incluir a esas almas que también necesitan calor y compañía. Tal vez el regalo más valioso no sea lo que ponemos bajo el árbol, sino lo que damos de corazón: tiempo, escucha y un espacio en nuestra vida para quienes más lo necesitan. La verdadera esencia de estas fechas no está en celebrar solo con quienes tenemos cerca, sino en abrir nuestras puertas y corazones a quienes se sienten lejos.
"La felicidad sólo es real si se comparte"
Christopher Mcandless
Feliz Navidad, felices fiestas, y feliz vida.