sábado, 21 de junio de 2025

Ocio inactivo (el némesis de LinkedIn)

Preparados para los 50° a la sombra y un verano sin tregua, como siempre.




En la playa, el bronceador convive con el portátil, el vermut o mojito, con un webinar de liderazgo aplicado o la última sesión en streaming del Máster, y los pies descalzos con la notificación parpadeando de fondo en tu móvil : “Sé que estás de vacaciones pero...¿Puedes meterte un segundo en la reunión?”. 

LinkedIn dicta la banda sonora del (a)estío: "Nunca pares. Monetiza. Fórmate para tu próximo empleo". 

La escena es tan absurda que resulta trágica: trabajamos horas extra para pagar un viaje que prometía desconexión; una vez allí, enchufamos el Wi-Fi del chiringuito para no “desaprovechar el tirón” y contestar un par de mensajes o correos.

El ocio es un tema recurrente en mi vida personal y laboral. Pero recurrente por su ausencia. Recuerdo como en un curso donde impartía ocio y tiempo libre, hablaba durante semana con estudiantes adultos muy diversos acerca de lo que suponía para el cuerpo y la mente aburrirse, divertirse, pasarlo bien, estar tranquilos...Y en general de la efimeridad de la vida y lo poco que nos paramos a observarla, por trabajar tanto.

Hace dos semanas enterré a una persona que amaba. El tanatorio, pese al aire acondicionado, olía a prisa pospuesta: compañeros que “no pudieron venir” porque había cierre de trimestre, de curso, o de lo que fuera...Amigos enviando mensajes por WhatsApp desde un coworking con vistas a ninguna parte. Y en definitiva, momentos no compartidos con una premisa fundamental en boca de todos, y de mi muchas veces , por desgracia, incluido.

"Estoy trabajando; trabajo esta tarde; trabajo mañana". Trabajo, trabajo, trabajo.

Byung-Chul Han tenía razón. Cuando el látigo cambia de mano, la autoexplotación se vuelve suave, invisible y total. Y la muerte, que debería pararnos en seco, apenas nos aparta unos minutos de la pantalla.

De hecho, el 56 % de los españoles consulta el correo a diario en vacaciones y un 34 % siente culpa si tarda más de tres horas en responder (INSST, 2024). Sólo en Barcelona, hace un par de años, ya se midió con 1 800 jóvenes que cada hora extra de redes en verano eleva un 7 % la percepción de soledad y un 5 % la sintomatología ansiosa (ISGlobal, 2023). No imagino que estaremos viviendo a día de hoy, ya que se multiplica día a día. 

Seguimos deslizando pantallas para no oír el zumbido de nuestro propio vacío.


Las entrañas del frenesí:

Trabajamos más horas para comprar artefactos que maquillen el agotamiento y escapadas que, se supone, lo compensan. Pero mira a ti alrededor , mírate a ti mismo. Cuantas pocas personas de verdad paran en seco y reflexionan este aspecto. ¿Lo haces tú? 

La aceleración social (Hartmut Rosa) convierte la vida en una cinta de correr: cuanto más rápido avanzas, más rápido se aleja la meta. 

Cambiamos tiempo por dinero para intentar recomprarlo al final, cuando el cuerpo ya viene sin garantía. Y entretanto nos perdemos lo único que no se sube a la nube: el olor a alga de una cala a las siete y veinte, la voz temblorosa de un abuelo relatando cómo se enamoró, el silencio pesado de una habitación donde alguien acaba de irse.

Cuántas veces he oído ya lo típico de: Cuando eres joven no tienes dinero para viajar pero tienes la energia; y cuando eres viejo, tienes el dinero, pero ya no queda energía de tanto trabajar.


Por todo esto, te ánimo a lo siguiente, que estos son mis deberes de los Cuadernos Rubio versión "adulto quebrado".

1. Vacío consciente. 20 min sin pantalla. El primer día arde, al sexto anestesia, al treinta cura.

2. Siesta militante. Declarar sagrados 25 min de ojos cerrados.

3. Ritual cotidiano de despedida. Caminar sin auriculares, comer sin scroll, decir te quiero sin emoticono.

4. Trabajo sin huella. Una tarde a la semana sin producción medible: pensar, divagar, unir puntos. Leonardo llamó a esto saper vedere (saber ver).

5. Pedagogía de la muerte. Incorporar la finitud a la escuela, a la empresa, a la sobremesa. Quien sabe que va a morir programa menos sprints.

Perder a alguien duele; reconocerse finito, duele más. Pero en esa grieta entra luz: quizá el ocio inactivo sea la revolución pendiente en la era del frenetismo y el LinkedIn como termostato. Este verano, si me buscas, estaré un rato mirando cómo una nube se deshace sin capturarla. Sin foto, sin ROI, sin objetivos insulsos, y mira, incluso sin dinero. Honrando a quien ya no puede hacerlo y recordando, paradoja hermosa, que parar es la única forma digna de seguir.

Y si, he tardado en publicar de nuevo por tratar de disfrutar de este ocio inactivo. Se predica con el ejemplo.


"El tiempo es un bien finito; matarlo es un suicidio parcial”.

Byung-Chul Han



Bibliografía utilizada:

Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo. (2024). Barómetro de Seguridad y Bienestar Laboral. Madrid: INSST.

ISGlobal. (2023). Uso de redes sociales y soledad en jóvenes españoles. Barcelona: Instituto de Salud Global.

La vida.

martes, 15 de abril de 2025

El éxito del consumismo: Estrellas estrelladas

Somos productos del capitalismo, no hay duda. Desde pequeños nos inculcan la idea de que el éxito se mide en: dinero y bienes materiales. Nos metemos en una rueda sin fin, echando horas interminables de trabajo, sacrificando nuestros hobbies, aspiraciones, gustos y, lo peor, nuestras relaciones personales.

La gente se desvive por ganar más y más, por conseguir esa promoción, ese aumento, esa casa más grande o ese coche más caro. Pagamos la idea de que mientras más tenemos, más felices seremos.

Pero aquí está el truco sucio del Engranaje: nunca es suficiente. Siempre hay algo más que conseguir, un nuevo objetivo que alcanzar, y mientras tanto, la vida pasa. Perdemos contacto con nuestros amigos, nos alejamos de nuestras familias y olvidamos qué es relajarse y disfrutar de las cosas simples.

Pasamos años estudiando, lo cual es necesario y enriquecedor, pero una vez en el mercado laboral, nos volvemos esclavos del reloj. La jornada laboral se extiende, las responsabilidades aumentan y el estrés se convierte en un compañero constante. Las estadísticas no mienten:

·         El 60% de los trabajadores españoles experimentan niveles altos de estrés laboral (Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo, 2021).

·         Las bajas por ansiedad y depresión han aumentado un 40% en la última década (Ministerio de Sanidad, 2022).

·         El 35% de los trabajadores admite que su trabajo afecta negativamente a su vida personal (Randstad, 2023).

¿Y para qué? ¿Para tener un cochazo y presumir en Instagram? Mientras tanto, tu salud mental se va a tomar viento, tus relaciones se deterioran y te olvidas de quién eras antes de convertirte en un zombi corporativo.

La epidemia de depresión en el mundo occidental es, en gran parte, resultado de nuestra obsesión por el éxito material (Seligman, 2018).

Esto no le ocurre solo a mis “iguales”, Cada generación tiene su propia lucha que lidiar, pero todas están atrapadas en el mismo sistema podrido.

·         Los boomers creen que con esfuerzo todo se consigue.

·         Los millennials están quemados tratando de alcanzar expectativas imposibles.

·         La Gen Z está ansiosa por un futuro incierto.

Pero en esta lucha general, estamos siendo unos hipócritas.

Cuantas veces compramos ropa a granel en páginas como Shein, Temu, en Zara o en mil empresas, que sabemos que tienen la sede en China, Pakistán, la India y todos esos países, donde están cosiendo niños y niñas de 5 años currando 13 horas al día por medio euro. ¿De qué vamos llenando el armario con las lágrimas y sudor de otras personas?

Luego nos hacemos los patrióticos, quejándonos de derechos que ya tenemos, cuando no somos capaces de comprar la ropa “Made In nuestro País”. O comprar en la frutería de debajo de la casa al frutero, o de irnos a comprarle directamente la fruta a algunos agricultores, que hay miles de grupos de Telegram para ello.

Todo este cabreo, tiene varios motivos:

·         Un trabajador textil en Bangladesh gana unos 2€ al día por jornadas de 14-16 horas (Clean Clothes Campaign, 2021). De los cuales un 80% de los trabajadores textiles son mujeres jóvenes entre 18 y 24 años (Fashion Revolution, 2023). Echa un vistazo al desierto de Tacama y llora.

Vivimos el día a día mintiéndonos a nosotros mismos, compramos toneladas de comida al año que tiramos[1], cuando un tercio de la población prácticamente no tiene para comer (según cifras del INE[2]). Somos de hecho España el país con más pobreza infantil de toda Europa según todos los últimos informes[3]; Y aun así tiramos comida a diario.

Ahora bien, ¿recuerdas cuando eras pequeño/a y tenías cuatro tristes juguetes? Madre santa, el partido que les sacabas y las historias que te montabas. O con la bici heredada por cuarta vez de tu primo o hermana. O con una primera consola que te duró 20 años y aún a veces te da nostalgia alguna que otra vez y juegas.

Joder, el partido que les sacabas a tus juguetes. Una caja de cartón era un castillo, un palo era una espada, y te montabas unas historias que ni George R.R. Martin.

Recuerdo ser pequeño y “jugar a las Magic” (MTG). Como no teníamos dinero para gastarnos de 5€ para arriba en cada maldita carta, le poníamos papelitos, decíamos lo que era y tirando.

Todo eso se ha perdido. Ahora cada santo año necesitas un móvil nuevo, el último modelo, hecho con materiales que por cierto, también minan niños/as en países tercermundistas. Te recomiendo que veas de dónde salen los materiales de los móviles tan guays que te compras o de la ropa que acabas tirando porque no te cabe en el armario. Te vas a inflar a llorar si lo haces. Te adelanto:

·         En la República Democrática del Congo, unos 40.000 niños trabajan en minas de cobalto para nuestras preciadas baterías de móviles (UNICEF, 2022).

·         El 80% de los residuos electrónicos acaban en vertederos de países en desarrollo (ONU Medio Ambiente, 2023).

·         Un smartphone medio tiene una huella de carbono de 60-70 kg de CO2 (Greenpeace, 2023).

Solo te dejo esta reflexión:

1.        Compras ropa como si no hubiera un mañana, pero usas el 20% de tu armario el 80% del tiempo.

2.        Cambias de móvil cada año, para acabar haciendo lo mismo: ver memes y mandar WhatsApps.

3.        Te hipotecas 30 años por una casa más grande, pero pasas menos tiempo en ella porque estás trabajando sin parar para pagarla.



[1] Nada menos que 1.364 millones de kilos de comida al año (Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 2023).

[2] Concretamente un 26,4% de la población está en riesgo de pobreza o exclusión social (INE, 2023).

[3] El 28,9% de los niños están en riesgo de ser pobres (Save the Children, 2023).




Bibliografía utilizada:

·        Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo. (2021). Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo. 2021 España. INSST.

·        Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. (2023). Informe del consumo alimentario en España 2022. Gobierno de España.

·        Ministerio de Sanidad. (2022). Informe anual del Sistema Nacional de Salud 2021-2022. Gobierno de España.

·        ONU Medio Ambiente. (2022). Evaluating the Environmental Impacts of the Fashion Industry. United Nations Environment Programme.

·        ONU Medio Ambiente. (2023). Global E-waste Monitor 2023. United Nations Environment Programme.

·        Organización Internacional del Trabajo. (2022). World Report on Child Labour. ILO.

·        Save the Children. (2023). Informe sobre la pobreza infantil en España. Save the Children España.

martes, 18 de marzo de 2025

El "fallo" de la autenticidad

 Corre el año "X" , en un futuro (quizás no tan) lejano.

Está siendo un mes "curioso", donde compartiendo mi cambio de rumbo laboral con mis allegados, debido a la precariedad laboral y el abandono institucional hacia la intervención social, me doy cuenta que no vivimos en un país preparado para los cambios, ni siquiera individuales.


Hemos construido tal zona de confort, que parece que una persona formada o que se dedique durante años a un ámbito específico y está especializado en él; sí decide cambiar de rumbo vas a ser un bicho raro, un error o una falla en el sistema. 


La promesa de la meritocracia se ha convertido en un espejismo cruel. Nos venden la idea de que, con suficiente formación y un currículum repleto de títulos, seremos invencibles en un mercado laboral que vende una panacea irreal.


En el "escaparate" de LinkedIn, podemos vernos con un cartel colgado en el pecho de “open to work", con personas más que válidas para el mundo laboral. Y me preguntó...¿Donde quedan aquí los méritos, el esfuerzo, la lucha y los sacrificios? Quedan muchas veces sobre el papel mojado de un currículum que parece la carta a los reyes magos entre tanto texto y título.


La cruda realidad es que el sistema, saturado de procesos de selección kafkianos y estándares inhumanos, descarta a quienes no se amoldan a un molde preestablecido. Donde no interesa tener espíritus críticos sino personas que bailen el agua.


En este mundo tan (poco) idílico, cada 40 segundos, según la Organización Mundial de la Salud, una persona se quita la vida. Un trágico recordatorio de la presión desmedida a la que estamos todos/as sometidos. Mientras que paralelamente, el sueño de comprar una casa o formar una familia se desvanece: en España, menos del 30% de los jóvenes entre 25 y 34 años son propietarios, y las tasas de natalidad caen en picado (todo datos del INE, 2024). A esto, como guinda de un pastel de media noche, se suma la marginación de los mayores de 54, considerados “no útiles” para un sistema que ya no sabe si busca experiencia, currículum, juventud o eficiencia digital. Cuando en realidad no sabe ni lo que busca.


La formación se ha convertido en una acumulación de certificados sin sustancia práctica; te enseñan teoría a montones, mientras la experiencia real y la capacidad de compartir conocimientos se quedan en un segundo plano. A pesar de que, en una era donde la inteligencia artificial y la robotización avanzan a pasos agigantados, lo único que realmente nos diferencia es nuestra capacidad para conectar y colaborar.


Imagina un escenario "distópico" en el que la obsesión por la perfección te deja con cólicos del estrés, con una población enferma de trabajar, y atrapados/as en espacios de coworking y coliving, que en la práctica significa que no tenemos dinero ni para espacios propios, y nos toca "pagar a pachas", mientras se te exige ser la mejor versión de ti mismo para encajar. 


La presión es tan intensa que, en lugar de crear, de imaginar y expandirnos intelectualmente por todas las posibilidades y oportunidades que tenemos, a diferencia de las anteriores generaciones; solo se genera ansiedad, depresión y malestar. La sociedad nos empuja a perseguir metas irreales, a cumplir con un sistema que se ríe de nuestra humanidad, mientras se ignoran las necesidades básicas: descansar, compartir y ser auténtico/a.


La verdadera revolución, entonces, no reside en acumular títulos o en cumplir listas interminables de objetivos (quizás auto)impuestos, sino en replantear lo que significa tener éxito. Debemos transformar la fricción en colaboración y reconocer que la verdadera fortaleza radica en la diversidad de talentos y en la capacidad de adaptarse, de actualizarse y renovarse sin perder la esencia. Es hora de dejar de ver a las personas como piezas de una máquina ya obsoleta y empezar a valorarlas por su humanidad.


Este año es 2025, quizás el año en el que dejemos de perseguir fantasmas y empecemos a (auto)construir un sistema que celebre la autenticidad, en el que el éxito se mida por la calidad de nuestras relaciones y no por estándares inalcanzables. Y donde aplaudamos cambiar de rumbo y romper patrones preestablecidos. Porque, en última instancia, lo único anormal es ver al resto como algo menos que extraordinario.


Rompamos las distopías para lograr utopías.


 “La verdadera generosidad hacia el futuro consiste en darlo todo ahora.”  

Albert Camus.


lunes, 3 de marzo de 2025

El Carnaval de las más-caras. La Farsa de la autenticidad impuesta

Acaba de ser carnaval, y en cada calle, y tras recoger los vasos de plástico, las colillas, y algún que otro cacho de disfraz del centro de las calles de la ciudad...en cada feed, cada story se repite el mismo teatro: la gente se disfraza porque trata de aparentar algo que no es.

¿No es ese el modus operandi de estas redes? LinkedIn, Instagram, TikTok… un inmenso mercadillo (de la vanidad) en el que se venden las mejores vidas, los mejores currículums, las mejores caras. No hay malos tiempos, no hay malas caras.

Pero, ¿a qué precio? En un país donde un tercio de la población vive en condiciones de vulnerabilidad y pobreza desesperada en su intento de salir del hoyo (INE, 2023), donde la indiferencia ante las desigualdades se ha normalizado, y donde muchos jóvenes solo ven como salida la emigración, a fin de que nos miren como muchos miran a los migrantes que llegan a este pais.


La necesidad de vestir una máscara se vuelve una obligación impuesta, no una elección personal. No se trata de un disfraz ocasional, como el que se lleva en Carnaval; se trata de una rutina diaria, una condena silenciosa que nos obliga a vivir de acuerdo con lo que se espera de nosotros y no con lo que realmente anhelamos.


La vida que pretendemos tener es la que nos imponen: un escaparate perfecto y siempre impecable, un universo digital donde la autenticidad se vende por el precio de la aceptación. Nos enseñan que para tener éxito hay que encajar en un molde, un molde tan perfecto en el que no cabe la masa para mis galletas.

...

¿Pero a qué costo? Pues al de que prácticamente un 70% de los jóvenes siente la presión de proyectar una imagen ideal en redes sociales (Pew Research Center, 2023), lo que distorsiona su percepción de la realidad y un incremento del 40% en los niveles de ansiedad y depresión (American Psychological Association, 2023).


Cada día, este espejo virtual se transforma en el escenario de una farsa en la que todos juegan un papel predefinido. Vestirse de lo que no somos se celebra a diario, y esa celebración no es más que una condena silenciosa:


Porque hoy día, ser auténtico no vale. Ser una oveja negra nunca ha estado bien, pero hoy más que nunca se castiga, de forma indirecta claro, porque hay que guardar las apariencias a quien es diferente, a quien no sigue la norma, a quien no besa las manos y pies, o el suelo que pidan otros, a quien no es auténtico/a.


Esta doble vida, donde lo real se esconde tras disfraces y máscaras, es la manifestación de una sociedad que ha normalizado la falsedad. Nos encontramos atrapados en un sistema que nos dicta qué debemos querer, en lugar de darnos la libertad de elegir lo que verdaderamente necesitamos para ser felices. La vida que nos imponen es una ilusión de perfección; una narrativa que vende la idea de éxito a cambio de renunciar a nuestra esencia.


Bajo esta presión incesante surgen sentimientos de frustración, rabia e impotencia. Nos vemos obligados a cumplir con estándares irreales, a presentarnos ante el mundo como si nuestra valía dependiera de la imagen que proyectamos. La realidad es otra: detrás de cada perfil perfecto se esconde la soledad, la desesperanza y el vacío que dejan las máscaras. ¿Cuántas veces hemos sentido que, a pesar de todos los logros y de la imagen pulida, algo falta? Esa autenticidad que se sacrifica en el altar del éxito medido en “likes” y cifras.


Esta lucha diaria contra la falsedad se refleja en todos los ámbitos: en el trabajo, en las relaciones personales y en la forma en que nos consumimos culturalmente. Es una guerra interna en la que la presión social se convierte en una cadena que nos impide ser nosotros mismos. La sociedad premia la apariencia y castiga la diferencia, transformando el acto de ser auténtico en un acto de rebeldía casi subversiva. Y es que, en un mundo en el que se celebra el disfraz cotidiano, la verdadera satisfacción se pierde en la búsqueda incesante de una imagen que no encaja con lo que realmente somos.


Sin embargo, en medio de esta crítica amarga y de la sensación de haber sido engañados, hay un rayo de esperanza: reconocer y abrazar nuestra autenticidad. La verdadera libertad surge cuando decidimos dejar de lado las máscaras impuestas, cuando comprendemos que la vida no se trata de cumplir con estándares ajenos, sino de vivir de acuerdo a lo que nos llena y nos hace vibrar. La revolución personal comienza en el momento en que aceptamos nuestras imperfecciones y nos atrevemos a mostrarlas, sin miedo a ser juzgados.


Hoy, más que nunca, es necesario levantarse y reclamar el derecho a ser uno mismo. La autenticidad no es un defecto, es la esencia que nos define. No permitamos que las expectativas sociales nos roben la oportunidad de vivir plenamente. Dejemos de vestirnos de lo que no somos y abracemos la vida real, con sus altibajos, luces y sombras. Porque, al final del día, solo siendo auténticos encontraremos la verdadera satisfacción y la paz interior que tanto anhelamos.


Pd. Sobre las máscaras, disfrazarse y vestirse para hacer el orangután por las calles, me parece ideal. Diviértete, esas horas de ilusión y todas no te las va a quitar nadie.


"La autenticidad consiste en ser fiel a uno mismo, incluso en un mundo que intenta constantemente hacerte otra persona." Ralph Waldo Emerson



Referencias

American Psychological Association. (2023). Social Media, Anxiety, and Depression: A 2023 Study.

Instituto Nacional de Estadística. (2023). Informe sobre la situación de la vulnerabilidad y pobreza en España. 

Pew Research Center. (2023). Teens, Social Media & Technology 2023.


lunes, 27 de enero de 2025

Ciberinteligencia, datos y autocuidado: los tres pilares que salvarán tu empresa (o no)

Finalizando la cuesta de enero, cabe plantear si este es el año en el que por fin deberíamos dejar de tropezar con las mismas piedras digitales y emocionales de siempre. ¿Cuántos de nosotros nos hemos despertado por la noche sudando porque alguien dijo “tenemos una brecha de seguridad”?...O ese maldito informe de productividad que ha mostrado un importante bajón y ya sentimos el aliento de la competencia en el cuello. O peor aún, el de tu jefe/a.

En la era de los datos, las emociones y la ciberinteligencia, solo sobreviven y sobrevivirán las empresas que sepan combinar tecnología, humanidad y… cordura.

La ciberinteligencia: tu mejor aliada (si sabes usarla)

Si en tu empresa todavía se comparten contraseñas por WhatsApp, mail, o el WiFi se llama “Empresa123” y la contraseña del mismo es el nombre de tu empresa ya puedes ir preparando la alfombra roja para los ciberdelincuentes. Los ataques cibernéticos no son cosa del futuro, son el presente. Se calcula que aproximadamente el 43% de los ciberataques se dirigen a pequeñas y medianas empresas (EFE, 2023), porque, claro, a nadie le importan hasta que alguien roba sus datos y los vende en la dark web. Que por cierto, seguro que también están tus datos “rulando” por ahí. Pero…¿Ni idea verdad?

La ciberinteligencia no es solo tener un antivirus actualizado o un firewall que parece sacado de los años 2000. Es la capacidad de anticiparte, de monitorizar riesgos, de proteger no solo tus datos, sino todavía más importante: los de tus clientes. En una aldea global donde la confianza es tan volátil como el mercado de criptomonedas, ¿quién va a querer trabajar contigo si no puedes proteger su información?

La sustancia aquí…está clara: invierte en inteligencia, no en parches temporales o en paquetes estandarizados de empresas de seguridad. Desde la formación de tu equipo hasta la implementación de sistemas basados en inteligencia artificial que identifiquen patrones sospechosos. ¿El futuro? La ciberseguridad no será opcional, será un pilar tan fundamental como la parada para el café en las mañanas de oficina.

Tus datos: el petróleo del siglo XXI

Seguro que has oído esta frase tantas veces que ya parece un mantra de autoayuda empresarial. Pero, ¿realmente estás aprovechando tus datos o simplemente acumulas tablas de Excel que nadie entiende? En una etapa histórica sobreinformada en plan Aldous Huxley, saturado de información, los datos no valen nada si no los gestionas bien.

El problema es que la mayoría de las empresas tienen una relación tóxica con sus datos. Los acumulan compulsivamente, los analizan superficialmente y luego lloran cuando las métricas no reflejan lo que esperaban. ¿Qué solución plantear? Dejar de verlo como un “proyecto futuro” y empezar a tratarlo como el activo más valioso de tu empresa.

Por eso es importante comenzar a realizar diferentes cambios:

  • Automatización: La inteligencia artificial no es solo para hacer chatbots. Úsala para procesar datos en tiempo real, anticipar tendencias y ajustar estrategias antes de que sea demasiado tarde.
  • Transparencia: Tus clientes no son idiotas. Saben que sus datos están en tus manos, y esperan que los uses con respeto. Asegúrate de cumplir con la regulación (GDPR y demás) y, sobre todo, de comunicar qué haces con esa información.

El mundo no necesita más empresas que coleccionen datos como quien colecciona tazos o cromos. Necesita empresas que los usen para resolver problemas reales.

El autocuidado: sí, esto también va de ti y tu equipo

¿Y las personas? Ah, sí. Esos seres que parecen recursos renovables porque, al parecer, nadie necesita descanso en un mundo hiperconectado. Las empresas se han pasado décadas hablando de productividad mientras ignoraban al motor que hace que rindan: la salud mental, física y emocional de los empleados.

El autocuidado no es un lujo, es una necesidad. Y no solo para tus empleados, sino también para ti como líder. ¿De qué sirve la ciberinteligencia más avanzada o los datos más precisos si tu equipo está quemado, desmotivado y considerando que vender cerámica en un mercadillo es mejor que aguantar una reunión más contigo?

Este paradigma va más allá del clásico “pon un gimnasio en la oficina”. Es un cambio de mentalidad:

  1. Fomenta el descanso real: Y no me refiero a darles un café gratis en plan mono de feria. Hablo de horarios flexibles, trabajo remoto bien diseñado y respeto por el tiempo personal. Y si alguien te dice que está hasta arriba y no puede más, quizás no haya que animarlo a que pueda, sino buscar mecanismos para que lo consiga con otros medios y no se sature, porque...Si “peta”, ¿quién hará ese maravilloso trabajo?
  2. Cultura del apoyo: Para lo anterior, esto es fundamental. Que la comunicación emocional no sea un tabú. Escucha a tu equipo, crea espacios seguros para que puedan expresar cómo se sienten y, lo más importante, haz algo al respecto. Esto no va de ser un receptor de señal, como el que le habla a su perro/gato. Va de cambiar las cosas.
  3. Invierte en formación emocional: Sí, igual que enseñas Excel, enseña gestión del estrés, mindfulness o incluso técnicas de resolución de conflictos. Y lo más importante: Enseña y educa en el autocuidado emocional, físico y relacional. No sólo vale con juntarnos una vez al año y decir quién ha perdido más pelo al trabajar y darlo todo por la empresa, sin ninguna gratificación extra.

Un equipo sano es un equipo que innova, que se compromete y que, sí, también evita que tú acabes haciendo todo el trabajo porque nadie quiere quedarse.

Como diría Jim Rohn: “Cuida de tu cuerpo. Es el único lugar que tienes para vivir”. Y añado: Cuídalo mucho más dentro de la empresa, ya que es donde pasas 1/3 de tu vida.

El triángulo perfecto: tecnología, datos y humanidad

La verdadera magia ocurre cuando combinas estos tres pilares. No se trata de priorizar uno sobre otro, sino de encontrar el equilibrio. La tecnología te protege y te hace competitivo; los datos te dan las herramientas para tomar mejores decisiones; y el cuidado emocional asegura que quienes forman parte de tu empresa quieran quedarse y crecer contigo.

 

“La privacidad ya no es un privilegio, es un derecho fundamental que debemos proteger en la era digital”.  Tim Cook. Y cortésmente yo añadiría: si no proteges y cuidas tu tecnología, tus datos y a tu gente, al final, lo que estaremos haciendo es perder derechos como empleados, y más importante…como humanos.

Así que este 2025, deja de postergar lo importante. Protege, gestiona y cuida. Porque la verdadera ventaja competitiva no está en lo que vendes, sino en cómo lo haces y con quién lo haces.

 

Bibliografía:

EFE. (2023, 3 de diciembre). Google avisa que España tiene un problema gordo: el 43% de los ciberataques son a PYMEs. Recuperado de https://efe.com/andalucia/2023-12-03/google-avisa-que-espana-tiene-un-problema-gordo-el-43-de-los-ciberataques-son-a-pymes/

jueves, 16 de enero de 2025

¡Estacionando en doble fila en 2025! 🎉

Enero siempre llega cargado de promesas, metas y, cómo no, de anuncios que parecen diseñados para vendernos una idea: “este año sí”. Este año serás más guapo, más delgado, más productivo, más rico, más feliz. Porque resulta, que lo que fuiste en 2024 no era suficiente (¡aunque aquí estás!)

Nos bombardean con imágenes de gimnasios llenos, agendas impecables, vacaciones soñadas y cuerpos perfectos. Pero…como si el calendario de adviento fuese mágico, como si pasar del 31 de diciembre al 1 de enero tuviera el poder de transformarnos en esa versión ideal que nos han vendido.

Me gusta recordar que el 2024 lo sobreviviste porque fuiste tú mismo/a. Con tus luces y sombras, con tus logros y tus errores. Y esa versión, con todo lo que tiene, ya es válida. No necesitas reinventarte porque la sociedad te lo imponga o porque los anuncios te digan que deberías ser más.

Los objetivos que nos venden

Pensemos por un segundo en esos propósitos “típicos” que escuchamos cada año. Ir al gimnasio es uno de los clásicos. Los gimnasios se llenan en enero; se venden más inscripciones en este mes que en ningún otro, pero el 80% de las personas que se inscriben abandonan antes de mayo. ¿Por qué? Porque muchas veces el objetivo no nace de un deseo personal, sino de la presión externa de “encajar”, de cumplir con un estándar de belleza que, en realidad, no nos representa. Pasa lo mismo con la operación “bikini”. Ésta es pues la operación ex-mazapán.

Otro propósito (a)típico es ahorrar más dinero. Suena estupendamente bien, pero en una sociedad que nos induce la idea de que “más es mejor”, ¿Cómo vamos a ahorrar cuando nos pasan por delante el coche nuevo, el móvil último modelo, las vacaciones de ensueño? ¡rebajadas por ser Navidad! No se pueden perder esos chollos.

Nos hemos acostumbrado a vivir en un bucle de consumir y desear más. Pero, ¿y si este año intentamos algo distinto? ¿Y si en lugar de querer más, decidimos necesitar menos?

La lotería de nuestras emociones

Hace poco (por fin), completamos el uróboros de la lotería nacional. Donde cada año, millones de personas compramos boletos porque nos prometen algo más grande que el dinero: nos venden sueños, esperanza, felicidad. Hasta nos emocionamos con esos anuncios que hace ya que no veo. Pero no nos (auto)engañemos, el anuncio siempre está cargado de emociones: familias reunidas, lágrimas de alegría, abrazos que parecen resolverlo todo. Pero, ¿Qué pasa cuando no toca? ¿Qué ocurre con todos esos sueños que no se cumplen? No necesitamos un boleto para soñar, ni un premio para valorar lo que ya tenemos. Si el premio son los sueños, como diría Csíkszentmihályi, el flujo es lo importante. El proceso de soñar en algo mejor compartido junto a los que queremos. No el dinero en sí.

La verdadera trampa no está en “jugar”, sino en creer que nuestra vida solo mejorará si conseguimos algo externo. Y mientras tanto, olvidamos lo importante…Las personas que nos rodean, las experiencias que ya podemos vivir, los momentos que no necesitan nada más que nuestra presencia.

Lo que de verdad necesitamos

En lugar de buscar “más”, ¿qué tal si buscamos “menos”? Menos ruido (mental y rumiante), menos presión, menos expectativas ajenas, menos (auto)exigencias. El 2024 lo viviste con lo que tenías, y lo superaste. Este 2025 no tiene que ser sobre convertirte en alguien distinto, sino sobre reconectar con lo que ya eres y valorar lo que ya tienes.

Pregúntate:

  • ¿Realmente necesito un cuerpo perfecto o simplemente quiero sentirme bien?
  • ¿Quiero ahorrar para acumular más cosas o para liberar mi tiempo y disfrutar de lo que ya tengo?
  • ¿Qué relaciones valoro y cómo puedo cuidarlas mejor?

El verdadero propósito: reconectar (y no en redes sociales)

Ahora te pregunto: ¿a cuántas personas felicitaste este año nuevo? ¿Y cuántas te felicitaron a ti? Seguro que sentiste algo bonito al recibir esos mensajes. Quizás te sorprendió esa persona con la que no hablabas desde hace tiempo. Pero, ¿por qué dejarlo en un mensaje? ¿Por qué no aprovechar este año para reconectar de verdad?

La vida no se mide en logros materiales ni en metas cumplidas. Se mide en los momentos que compartimos, en las risas, en las conversaciones profundas, en esos abrazos que dan sentido a todo. Este año, en lugar de centrarte solo en tus objetivos personales, piensa en cómo puedes fortalecer las relaciones que te rodean.

Queda con esas personas, comparte un café, revive las charlas que tanto extrañas…Muchas veces recordamos a las personas solo cuando ya no están. Y ahí, lo que más duele no es lo que hicimos, sino lo que dejamos de hacer.

El año de volver a lo esencial

Que 2025 no sea el año en el que te presionaste para encajar en un molde. Que sea el año en el que decidiste ser tú mismo. Que sea el año en el que reconectaste con quienes amas, en el que dejaste de buscar fuera lo que siempre estuvo dentro.

💬 Como dijo Oscar Wilde: “Sé tú mismo; los demás ya están ocupados”💬.

Lo realmente importante no es lo que conseguimos, sino con quién lo compartimos.

No necesitas empezar desde cero, porque ya tienes una base increíble: tú. Este 2025, vive más, exige menos, ama siempre. Y cuando mires atrás el próximo diciembre, asegúrate de haber vivido de verdad. 

jueves, 26 de diciembre de 2024

🎄🎁Si me ven, si me ven (con este postureo) caminito de Belén. 🎶🫏...No me dejan pasar

¡Llegó la Navidad! Y con ella, los atracones, los turrones, las cabezas de gambas sobre el plato y las carteras vaciadas. Pero...el corazón hinchado (algunos/as de golpes)

Ay....Esa época mágica en la que las luces de colores tapan las sombras que arrastramos todo el año. 

Nos embriagamos de villancicos, envolvemos regalos como si fueran tesoros y, entre tanto brilli-brilli, a veces olvidamos lo esencial: las personas.

Es curioso, porque mientras decoramos el árbol y colocamos la estrella en la punta, olvidamos que la estrella real de nuestras vidas no está hecha de bombillitas ni del espumillón chirriante de colorines barato. Está hecha de las risas compartidas y los abrazos que damos sin prisa, esos que escasean tanto durante los otros 364 días del año.

¿No te has dado cuenta de esto? La Navidad no es un día, ni una cena, ni el momento perfecto para preguntarle a tu cuñado si ya terminó de pagar su coche, si cuestionar si tu prima ha decido tener hijos a sus 40 (o no tenerlos), o si va mejor La empresa de tu tío que sabes que va a (por desgracia). La deriva.

La Navidad debería ser un estado mental continuo, una excusa para ser mejores, no para disimular lo ausentes que hemos estado el resto del año. Pero aquí estamos, engullendo turrón y organizando cenas "por compromiso", como si una noche rodeados de familia pudiera compensar las llamadas que no hicimos o los cafés que cancelamos.

Y no, no me malinterpretes. No tengo nada en contra de la Navidad en sí. Al revés, estoy aprendiendo con los años a amarla. A amar algo que además ha sido relegado a aquellos/as que tienen hijos, por a veces celebrar la Navidad solo en casa o autoregalarte cosas, no es suficiente.

Lo que me hierve la sangre es lo que hemos permitido que sea. El consumismo nos ha adoctrinado como a soldados disciplinados: compra, gasta, regala, y si no llegas, endeútate, pero asegúrate de que haya un árbol lleno de cajas bonitas aunque por dentro estén vacías, igual que muchas relaciones en estas fechas. Porque , comprar cosas a plazos, con intereses, es endeudarse 🙃

Y me cuestiono...¿De qué sirve que te reúnas con tu familia si solo vais a estar mirando el móvil mientras "compartís" tiempo? ¿De qué sirve un regalo si no eres capaz de regalar algo mucho más valioso: tu presencia? Y lo peor es que no nos damos cuenta de esto hasta que ya es demasiado tarde. Hasta que faltan en la mesa quienes deberían estar y, de pronto, no hay nada que envuelva el vacío de su ausencia. Entonces entendemos que lo que echamos de menos no son los regalos ni los brindis, sino las charlas a deshora, las miradas cómplices, el sentir que somos parte de algo más grande (que ya éramos).

La conexión humana es una necesidad básica, tan importante como comer, dormir y otras cosas que no diré. Lo que realmente nos llena de satisfacción no es el éxito ni el dinero, sino las relaciones significativas. Y, sin embargo, vivimos como si esas relaciones pudieran ponerse en pausa hasta el 24 de diciembre.

Lo irónico es que todos sabemos cómo termina esta historia. Sabemos que lo único que nos llevaremos de esta vida no son los juguetes caros, los relojes de marca, ni el último iPhone 19 Pro Plus HotFire. Son las vivencias, las personas, las emociones. Pero seguimos hipotecando lo esencial por lo superficial, como si el tiempo fuera un crédito ilimitado.

Mira a tu alrededor durante estas fechas...Observa las sonrisas forzadas, las preguntas hechas por compromiso, los silencios que se llenan con música para no enfrentarnos a nuestras propias ausencias. La Navidad no debería ser un espejismo de lo que podría ser la vida, sino una extensión de lo que debería ser todos los días. Pero ea! (Como se dice en mi tierra). Aquí estamos, regalando tiempo en frascos pequeños y envolviendo gestos que deberían ser libres de etiquetas.

Así que aquí va mi propuesta: celebremos la "Navidad" todos los días. Dejemos de esperar al calendario para llamar a ese amigo al que siempre decimos que echamos de menos. Dejemos de posponer el abrazo, la disculpa, la palabra bonita. Porque, aunque suene a cliché, el momento perfecto no existe. El momento perfecto es el que decides crear. ¡Feliz no cumpleaños!

Y si te vas a sentar en una mesa esta Navidad, hazlo con todo tu ser, con tu anima de la mano. Deja el móvil, mira a los ojos, escucha de verdad, activamente. Porque el regalo lo tienes delante, en quienes te rodean, en quienes eliges querer y cuidar cada día, no solo porque lo dicte el calendario, sino porque lo dicta tu corazón.

Pregúntate cuándo fue la última vez que hiciste algo por alguien sin esperar nada a cambio. ¿Fue este año? ¿Fue esta semana? Porque, al final, no son las palabras las que cuentan, sino las acciones. ¿Y si este año decides que tu regalo sea ser presente, no regalar presencia en diferido?

Así que este año, mi único deseo es que no esperemos a diciembre para vivir de verdad. Porque cuando llegue el día en que miremos atrás, que no tengamos que lamentarnos por todo lo que dejamos de decir, de hacer y de sentir. Celebra hoy, celebra mañana, celebra siempre. Esa es la verdadera magia.

Y si la magia no llega sola, invítala. Porque al final, la Navidad no es más que un recordatorio: la vida se vive mejor cuando se comparte.


Pd. Entre tanta resaca, mientras celebramos, no olvidemos a quienes están solos en estas fechas. Personas que no tienen con quién brindar, con quién compartir risas o una simple conversación. Quizás este sea el momento de mirar más allá de nuestras mesas llenas, de echarles una foto para fardar de lo bien que nos va, y pensar cómo podríamos incluir a esas almas que también necesitan calor y compañía. Tal vez el regalo más valioso no sea lo que ponemos bajo el árbol, sino lo que damos de corazón: tiempo, escucha y un espacio en nuestra vida para quienes más lo necesitan. La verdadera esencia de estas fechas no está en celebrar solo con quienes tenemos cerca, sino en abrir nuestras puertas y corazones a quienes se sienten lejos.


"La felicidad sólo es real si se comparte"

Christopher Mcandless


Feliz Navidad, felices fiestas, y feliz vida.

Ocio inactivo (el némesis de LinkedIn)

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